Por muy obvio que parezca, la vida, aunque injusta, es lo mejor que tenemos; sin embargo, el mismo hecho de vivir se está convirtiendo para una importante mayoría de españoles en un auténtico privilegio.
Sé que suena pueril, incluso se me antoja superfluo y muy poco inteligente aquello del "y tú más"; pero a pesar de la generalizada corrupción de los últimos años del felipismo, que llegó a imbricarse en prácticamente todas las instituciones de la sociedad española; hoy, la mierda salpica a los más importantes Partidos, a la Casa Real de pleno, y toca a muchos sonados magistrados. Es decir, la corrupción en alguna de sus facetas se hace real en los tres poderes del Estado, además de en su Jefatura.
Y ante esta situación, surgen las altas preguntas que un padre se hace cuando piensa en su hijo, en un continuo desasosiego: ¿Qué va a ser de ti?, ¿cómo vas a vivir?, ¿encontrarás trabajo?, ¿deberás irte de España?.
Y es que la corrupción es un espectáculo bochornoso, que ensucia un país, que pudre sus costumbres. Y cuando hay dinero que repartir para todos, los ciudadanos sin escrúpulos se acostumbran por desgracia a vivir en la infamia. Ejemplo de ello lo tenemos muy cerca, en muchos Alcaldes corruptos, y que a pesar de ello, han sido premiados con abrumadoras mayorías.
El sectarismo, las mentiras electorales, las promesas partidistas, las interpretaciones tergiversadas de la realidad, la ley del embudo y el clientelismo -todas las características propias de la representación política bipartidista que nos enquista-, componen un espectáculo molesto, triste y poco gratificante. Se acaba con la esperanza en el futuro, con la ilusión por seguir adelante...
Lo que realmente destruye el juego político es la desconfianza en el futuro, o sea, la pérdida de fe en la soberanía popular, la conciencia de que el Parlamento no sirve para solucionar los problemas y que los hijos, por mucho que se vote, acabarán viviendo peor que los padres.
José María Hernández García
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