Las llamativas promesas electorales, o mejor, electoralistas, son, a la postre, agua de borrajas. Le ocurrió a Zapatero, que tuvo que dar la vuelta a su programa electoral, una vez que quiso comprobar la realidad; y no digamos ya a Mariano Rajoy, que va de insensatez a bochornosa y cínica hecatombe de derechos sociales y laborales como nunca antes se había visto en nuestra democracia.
Hace ahora treinta años, Felipe González arrasó en unas prematuras urnas y logró consolidar un Estado Social que ciertamente sólo era una aspiración constitucional. Años después, la debacle socialista se fraguó desde sus propios cimientos, porque la corrupción y el terrorismo estatal se expandió por todas las instituciones. Ahora, generación y lustro más tarde, y a decir de sus devastadores resultados electorales, y con la que está cayendo...es, inexplicablemente, un partido acabado, con una representación parlamentaria en mínimos históricos. Y, obviamente, el liderazgo de Pérez Rubalcaba es discutido dentro y fuera del PSOE en el momento menos oportuno.
Este 'cul de sac', callejón sin salida, que tortura a dirigentes políticos, y que arrastra a millones de ciudadanos a la desesperación más funesta; es, sin lugar a dudas, la razón que justifica el desapego por los políticos y el bajo interés que la gente muestra por las urnas, con participaciones cada vez más bajas que llegan a deslegitimar los resultados.
"Ante la fuerza de los hechos, sobra cualquier Derecho", decía Cervantes; y ante la desfachatez de ayudar con dinero público a bancos que nos arruinan, al tiempo que se quitan a diestro y siniesto ayudas sociales, y se dejan sin partidas presupuestarias a la sanidad, a la educación y al empleo públicos de todos...los ciudadanos gritan...Pero ni sindicatos, ni 'socialdemócratas' hacen nada...Todo queda en 'sociolistos' y 'untaos' que viven como parásitos a costa de los demás, con cargos de confianza y puestos muy bien remunerados que les hacen estar en sus burbujas, sin sentir el frío aliento del viento en sus nucas en un callejón sin salida. Y así, en esta, todos.
José María Hernández García
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