Aparentemente una lápida es, para propios y ajenos, una brutal separación, una barrera neutra e inapelable. Para los familiares del fallecido, apenas dos metros de distancia significan la infinita lejanía, el adiós para siempre.
Sin embargo, la generalización de que la conciencia es una instancia subjetiva que puede forjarse cada individuo a su antojo, a sus propias creencias, moral o fantasías; no es más que la podredumbre de una sociedad que concede a las ideas y a las emociones el mismo valor que a las fantasías...
Llegar a entender que la conciencia de cada uno es el juicio que la razón práctica dictamina conforme al valor moral objetivo de los propios actos fue, es y seguirá siendo el único juez natural y auténtico, y su implementación procede únicamente de la propia creencia religiosa, el cristianismo fundamentalmente, que ejercido en libertad, ha sido símbolo de humanismo y eje vertebrador y cohesionador del hombre y su evolución en sociedades democráticas; entendidas éstas como legítimos instrumentos para organizar el poder político.
...Pasaron las noches, y la melancolía se adueñaba del corazón ante la visión de la tierra devastada, los esqueletos de las casas quemadas. Y daban inicio los nuevos días, pero la Guerra continuaba dispuesta a llenarlos con abundancia de humo, cascajos, hierro, sangre, cadáveres... España enloqueció.
Los hombres del siglo XXI podemos hacer cosas que nuestros abuelos ni siquiera imaginaron, pero no podemos cambiar la historia. Y si nos empeñamos podemos repetirla, pero lo pasado es irreversible. Y lo peor de todo es que setenta y cinco años de educación no han servido para olvidar y perdonar.
Es muy posible que la memoria sea tan selectiva que sólo recuerde aquello que le conviene; y el olvidar momentos de infelicidad y tristeza sea la explicación para que nuestros abuelos y bisabuelos hayan sabido olvidar y perdonar, y sin embargo, los hijos, nietos y bisnietos salgan a las calles en revancha y odio de acontecimientos y personajes protagonistas que ni conocieron, ni supieron cuáles fueron las auténticas razones concretas que pudieran explicar sus actos.
En CONCIENCIA, a nadie puede hacer feliz la muerte de un hombre. De ninguno.
José María Hernández García