Decía Chesterton en su libro "Sobre el concepto de barbarie" que "Necesariamente para destruir la civilización hay que ser, cuando menos en parte, civilizado también"...Pues una ruina tal, no la podrían realizar los salvajes, imperfectamente desarrollados y sin armas de ningún tipo, ni físicas ni morales.
Tal es así, que el primer rey godo en Italia, Alarico, fue uno de los mejores capitanes de las legiones romanas, y por ello pudo acabar con el poder de Roma.
De aquellos lodos, estos barros... Y toda la caterva de enchufados que en su día ejercieron más o menos un poder en las distintas administraciones públicas, y que por azares democráticos han sido defenestrados de los mismos para bien o para mal de ellos, y del pueblo al que representan; han pasado de ser "bárbaros positivos", es decir, hunos que sabían manejar caballos porque dominaban la equitación, pongamos por ejemplo; a ser, "bárbaros negativos", es decir, ahora lo que importa es el daño, el propósito, y poco importan las maneras.
Y lo peor que hay es estar dispuesto a combatir en pro de errores muy viejos, haciendo creer que son verdades completamente nuevas; y de paso, desenfocar la atroz realidad.
Por supuesto que no pienso que sea destruir la civilización al modo de Chesterton, pero los brutales cambios que vamos avistando en España son, como mínimo, un espectacular engendro que está devastando mucho de lo hasta ahora establecido, ya sea por acción o por omisión, y que está acabando con la propia identidad de Estado, social y democrático de Derecho que propugna solemnemente nuestra Constitución.
Y es que en definitiva... Luchamos por la palabra empeñada, por la efectividad de los tratos y contratos, por la invariabilidad del recuerdo y por la posibilidad de las discusiones, por todo lo que hace de la vida algo más que una pesadilla sin freno. Chesterton añadía además que "luchamos por el largo brazo del honor y del recuerdo, por todo lo que levanta al hombre por encima de la arena movediza de sus caprichos y le da el dominio del tiempo".
(Dicho todo lo cual, tengo la esperanza de que mis asiduos lectores sabrán extrapolar este texto al contexto actual).
José María Hernández García
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