¡Tranquilos, que yo estoy temblando! O, al menos, eso intento. La novísima reforma laboral impulsada por el Gobierno de Rajoy no es más que un remake de la última realizada por el mal llamado ejecutivo 'socialista' de Zapatero; aunque, eso sí, abarata aún más el despido y abre la puerta a la suspensión contractual del personal laboral al servicio de las administraciones públicas. Una vez más, pagamos justos por pecadores.
Los resultados ya los conocemos: cada mes se suman al desempleo una media de 120.000 parados más. Esperemos que las colas ante las oficinas de los servicios públicos de empleo, y lo que es más dramático, ante los puntos de reparto de alimentos de CÁRITAS y otras ONGs, no sigan aumentando.
Hace unos días supe que en Grecia, su desorientado Gobierno venía observando numerosos casos de desnutrición entre los alumnos de colegios públicos, y ha comenzado a repartir cartillas de racionamiento de productos de primera necesidad. No pude por menos que echarme las manos a la cabeza, y recordar al escritor británico Charles Dickens, que en plena época victoriana, hace 200 años, ya describía estas aberrantes situaciones en sus conocidas novelas.
Parece mentira que nuestro mundo, por desgracia, se parezca en demasiadas cosas al de Dickens: pérdida de derechos para los trabajadores, las difíciles condiciones de vida de los parados, la usura de los bancos, el manifiesto desequilibrio entre ricos y pobres, cada vez más llamativo...
Y luego está la Justicia. "La grandeza de la Justicia" como dijo hace unos días la venida a menos, 'lideresa', Esperanza Aguirre. La grandeza, efectivamente, está en que jueces imparciales sentencien conforme a Derecho, y al único y exclusivo amparo de la Ley. A ver si se demuestra con Urdangarín...a un paso estamos de verlo. Pero me temo que...
¡Enhorabuena!, porque a pesar de la crisis y de los recortes, España está en el puesto 39 en el ránking mundial de innovación recogido en el Informe Global de Competitividad del Foro Económico Mundial de Davos, de una lista de 142 países. Y mucha culpa de ello lo tienen dos investigadores del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, el CNIO, Carlos López-Otín (Universidad de Oviedo) y Elías Campo (Hospital Clínic de Barcelona).
José María Hernández García
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