MI ARTÍCULO: ESTADOS DE ÁNIMO

Hay días que uno quiere borrar. Porque todo te parece que sale mal,además, y esto es lo raro en mí, porque siempre me han gustado los días grises; ha estado lloviendo, como si el día fuera presagio de algo. Pero ahora, en la tarde, se abre un claro, sale el sol, y los gorriones, mirlos y golondrinas, lanzan sus silbidos que parecen empujar las nubes para que se abran paso sus alegres melodías. Y eso me hace cambiar de ánimo, y salgo a pasear por los alrededores. Aún se puede respirar el fresco aire con el olor primigenio a tierra mojada. Y al observar, me asombra una vez más, que ese claro de sol que está llegando al final del día, amarillea los brotes nuevos de los árboles, les da ese característico sepia, cual foto antigua, que en esos nostálgicos vistazos de álbum, nos hacen derramar alguna lágrima. Y en mi pasear, pausado y reflexivo, evoco emotivos recuerdos de mi infancia, que se mezclan imborrables en mi mente... Veo, o mejor, huelo en el aire aromas de plantas, que identifico de manera casi inmediata, gracias a las sabias, y a la vez, llanas y simples explicaciones que mis padres me dieron; resumen de la valiosa y, sin embargo, poco valorada, ‘sapientia popular’. Y es que un niño curioso como yo, nunca estaba saciado de preguntar y conocer. Cojo entre mis manos una ramita de tomillo, que a tenor de su etimología griega Thymus, es la planta del coraje, y por eso, los soldados romanos hacían decocciones con ella y la tomaban antes de ir a las batallas, porque les daba vigor. Sin embargo, esto lo sé ahora, pero mis padres me enseñaron que era muy buena para los resfriados, y para guisar el conejo. Continúo mi camino, y un característico olor a orégano, me trae a la mente singulares platos, que mi madre hacía con un esmero y amor nunca agradecidos: las cortezas en adobo o esas riquísimas aceitunas. Y, a la vez, sabía que era bueno para la tos. Luego además aprendí, que los griegos plantaban orégano en los cementerios para ahuyentar los malos espíritus y ayudar en el sueño eterno. Ya estoy llegando de nuevo al pueblo; oigo a las cigüeñas de la torre ‘machacar’...me lavo las manos en el pilón de la Fuente Julián, inconscientemente realizo este gesto que hacía en la niñez cuando venía acompañado de mis padres, igual que ellos. Y así, entre recuerdos, creo pasar todo el tiempo posible en aquel mundo de mi infancia. Cuánto se añora el niño que fuimos, especialmente algunos días. José María Hernández García