Ni está el mañana (ni el ayer) escrito, dice el poema del gran Antonio Machado. Por eso, valdría más concentrar la atención y la energía en evitar la repetición de antiguos errores o mitigar las consecuencias de los que se cometieron. Pero esto no es nada fácil... el hombre es el único ser vivo que vuelve una y otra vez a errar en el mismo sitio.
Me aturden pensamientos de este tipo, en mi casa, junto a un ventanal inundado por la luz pálida de esta mañana lluviosa de noviembre. Y frente a mí, veo cómo el otoño con su espléndido cortejo de oros, malvas y rojos nos envuelve, y nos trae, no sólo esta fantástica variación cromática de la naturaleza, sino también la melancolía, una mezcla de paz y vaga tristeza: una tristeza sosegada.
Pintaron de gris el cielo, y el suelo fue abrigándose de hojas, cantaba en su Balada de otoño Joan Manuel Serrat. Sin embargo, ahora un rayo de sol hace magia con sus reflejos; y esas hojas mojadas, esos pardos tejados húmedos, brillan y deslumbran con su luminosidad. Y el arco iris, como colofón espectacular, aparece y tanta belleza queda enmarcada, perfecta para ser recordada.
José María Hernández García
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