Las cartas

EN el lenguaje del amor siempre ha tenido gran predicamento la escritura, hoy en decadencia. Ya en los primeros escarceos empiezan a cruzarse mensajes de pupitre en pupitre («fulanita, me gustas» o «espérame en la esquina que te acompaño a casa »), billetitos inocentes o pícaros que se encargan, en vano, a los compañeros que los hagan viajar sin desplegarlos o leerlos, doblados y redoblados, hasta donde está nuestra compañera preferida. Quizás el origen hay que verlo en que esta comunicación a cierta distancia ayuda a mitigar la timidez y el sonrojo adolescente. Nuestros primeros balbuceos poéticos siempre requirieron del papel para ser fijados y entregados a la dueña de nuestro corazón y esa relación íntima entre amor y correspondencia sólo se ha desdibujado hace muy poco tiempo, (escribo desde el masculino porque las niñas eran más pasivas en este juego amatorio). Es posible que su auge estuviera vinculado a la época romántica (el XIX es el siglo del correo) pero aún en mis años mozos no se concebía un noviazgo sin el frecuente concurso de las cartas aunque se viviera en la misma ciudad. Hoy la carta será más directa y prosaica, a veces incluso soez, pero la habrá. Este empleo de la escritura como vehículo de los sentimientos estará en decadencia pero me atrevo a afirmar que no ha perdido su magia ni su fascinación. Ciertamente, se escribe muy poco, la correspondencia personal está en favor de otros medios sofisticados de comunicación pero la amorosa, que requiere sosiego, distancia y reflexión no morirá jamás: se habrá sustituido el cartero o la alcahueta por el fax o el correo electrónico pero los mensajes escritos entre los amantes me atrevo a decir que nunca desaparecerán. Tiempos hubo en que incluso los iletrados o analfabetos o poco diestros confiaban a expertos escribientes o a modelos de cartas impresos la expresión de sus sentimientos. La carta de amor contiene otro aliciente, a su vez exigencia: lo escrito compromete y fija el mensaje del enamorado; la carta sella la puesta en común de un sentimiento y busca la complicidad para unas emociones y un estado de ánimo a los que se quiere arrastrar al destinatario. Aunque hoy no es extraño que se confíe al escandaloso graffiti en una fachada los sentimientos más íntimos. JOSÉ MARÍA PEÑA VÁZQUEZ Diario HOY