
Los designios de los genes son cada vez menos inescrutables. La insistencia de los investigadores, apoyada por tecnologías cada vez más sofisticadas, está consiguiendo desvelar poco a poco sus secretos, que pasan a convertirse en un conocimiento precioso para mejorar y preservar nuestra salud. Sin embargo, el camino desde el laboratorio hasta las consultas es largo, muy largo; de modo que lo que ahora es un hecho desde el punto de vista experimental nadie sabe cuándo tendrá traducción en la práctica diaria.
Quizá nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos podrán beneficiarse de tales conocimientos, pero entre tanto los que estamos aquí y ahora debemos recurrir a otros instrumentos para prevenir determinadas enfermedades.
A veces no es difícil. Parece que una dieta rica en fruta y verdura disminuye la mortalidad, ya que se asocia con una menor incidencia de casos de cáncer, de enfermedades cardiovasculares, de complicaciones respiratorias y de diabetes. ¿Por qué no sacarle todo el provecho a esta constatación? Todos deberíamos llenar la cesta de la compra de zanahorias, tomates y naranjas, que deberían llegar a la mesa cada día y más de una vez.
Pero en demasiadas ocasiones no lo hacemos. Y es necesario alguien que nos recuerde, insista y reitere el beneficio de unos buenos hábitos dietéticos. Sin embargo, y esto es contundente; si la ciencia nos ofrece la oportunidad de prevenir el cáncer con algo tan simple como aumentar algunos componentes de la dieta y eliminar otros, ¿pro qué no hacerlo?
Que una dieta equilibrada es buena para el corazón, ¿quién no lo sabe?, pero que previene algunos tipos de cáncer ya no es algo tan sabido. Y sería bueno que lo fuera. En definitiva nos queda una verdad pura y simple: una ensalada es sabrosa, refrescante y sana. ¡Comámosla! ¿Qué más se puede pedir? Lo tenemos al alcance de la mano.
José María Hernández García
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