Con demasiada frecuencia soy asaltado por los recuerdos de una vida pasada, en la que he encontrado las más pobres y las más firmes de mis alegrías: los olores de los primeros días de primavera, el olor del pueblo al que amo, cierto cielo vespertino, la risa de los niños que juegan en la calle, el apoyo incondicional de mis padres, la armonía de la frondosa naturaleza que nos rodea, las charlas de las largas tardes de verano, el aroma a cera quemada de las fervientes procesiones de Semana Santa, el alegre canto de los pájaros al amanecer, las lecturas de verano en el fresco patio de mi casa, los inolvidables compañeros de clase, el marco ideal de mis primeros flirteos amorosos y el respeto que todos teníamos por aquellos “padres adoptivos” que eran nuestros maestros. Tengo momentos de agradable nostalgia al recordar las clases de Dña. María, de D. Gregorio, de Dña. Cipri, de D. Pablo, de Dña. Elena… que han dejado una base educativa indeleble en mi persona.
Pero era normal tener respeto no sólo a los maestros, sino también al Alcalde, al cura, al médico, al cartero; auténticas personalidades dentro del pueblo. Hombres y mujeres que siempre se han desvivido por su oficio y han dado lo mejor de sí en beneficio de sus convecinos. Para la población local todos ellos jugaban un papel singular, a medias entre el asesor, el asistente social, el confesor y el hombre de confianza; y esto es aún significativo entre los residentes fijos de las zonas rurales, los ancianos, que muchas veces viven solos.
Sin embargo, actualmente lo que era tan normal hace unos cuantos años, ahora es poco menos que imposible. ¿Por qué no recuperar esos años de humanidad y fraternidad? Si está de moda en muchos sitios el “estilo lento” de vida, recuperémoslo y disfrutemos de lo que nos rodea y queremos. Hagamos caso omiso de Chikilicuatres de tres al cuarto, de pasar cursos sin aprobar, de buscar consejos médicos en internet, de usar únicamente correos electrónicos, de una espiritualidad “light” impuesta por los distintos medios de comunicación…
Parece claro que todo ello en busca de la felicidad, fin último al que aspira el ser humano: curiosidad, creatividad, aprendizaje, coraje, humanidad, amor, justicia, moderación y trascendencia para dar significado a la vida parecen ser las claves. ¡Aquí las tenemos todas!
Opinión
José María Hernández García
08/Abril/08
No hay comentarios:
Publicar un comentario