No todos los intelectuales están en la corrupción, claro. Ni siquiera la mayoría. Pero son muchos los filósofos, los ensayistas, los novelistas, los dramaturgos, los periodistas, los pintores, los escultores, los arquitectos, los músicos, los cineastas, los científicos, los investigadores, que no hacen camino al andar sino que se arrastran genuflexos para recibir del poder patrocinios, subvenciones y prebendas.
El mecenazgo generalmente generoso de la Grecia clásica, de la Roma imperial, del Renacimiento italiano, ha sido sustituido por el trapicheo cutre en despachos y restaurantes, por un do ut des vejatorio para quienes deben instalar las picas de la verdad en todos los flandes y todos los flancos. Los intelectuales de la corrupción negocian con el poder político, incluso a veces con el poder económico de bancos y empresas, para calarse con la lluvia gruesa del dinero a cambio de posiciones acomodaticias, de críticas amordazadas, de apoyos políticos más o menos enmascarados.
En el gran patio de monipodio en que se ha convertido España se trasiega con todo, se desamortizan los bienes de la inteligencia, se prostituye el alma, se malbarata la verdad, se defeca sobre los principios, se mendiga hasta con el aliento. Hay periodistas que por conseguir una columna fija en un periódico se olvidan en una semana de lo que defendieron durante veinte años. Hay pintores capaces de transformar su estilo y pintar al dictado con tal de colgar sus cuadros en una galería de fuste. Hay arquitectos que ponen su estudio al servicio del hortera que paga. Hay novelistas que redactan su novela al gusto del editor voraz para ganar el premio multimillonario. Hay dramaturgos que se envainan las escenas clave para conseguir la sala de estreno. Una parte de la intelectualidad española es hoy un rebaño que prefiere el redil a la montaña escarpada. Ortega y Gasset diría de la clase intelectual que padecemos que es mansurrona y lanar.
"Estos intelectuales son unos babosos serviles", ha declarado el académico Álvaro Pombo. "La babosa admiración de algunos escritores al poder me parece servil, sí". Sobre el campo ávido de la intelectualidad española se alzan todavía voces que claman contra el desierto. No es fácil zafarse del agobio y la presión de las sociedades contemporáneas en las que el dinero lo contamina todo. No estamos solos en la inmundicia. Vivimos en el albañal de Europa. Apenas una parte de la intelectualidad alemana ha sabido sacudirse la caspa de las subvenciones para salir a la intemperie y convertirse en faro de atracción del mundo occidental.
Los ministerios de Cultura españoles, en fin, no han sido otra cosa a lo largo de treinta años que casas de moneda y cambio sin otra ambición que encamar al mundo intelectual, sometiéndolo a veces a las más ávidas vejaciones, en lugar de abrir horizontes de libertad para la cultura creadora. Por el contrario. Deliberadamente se han dedicado los políticos a proteger a parientes, a encumbrar a mediocres, a comprar a simpatizantes, a subvencionar a amiguetes. Dante abriría, hoy, un nuevo ciclo en sus infiernos para esta cultura del mundo globalizado, de hinojos ante los altares reverenciales del dinero.
No quiero sumergirme en las generalizaciones. Claro que hay muchos intelectuales en la filosofía, el arte, la música, el teatro, el cine, la ciencia, que se mantienen erectos ante el vendaval corrupto. Claro que hay muchos hombres y mujeres para la esperanza, porque la caja de Pandora no necesita abrirse a los patrocinios y las subvenciones. Claro que la libertad termina por encender siempre sus antorchas pues no se puede hacer querer si no se quiere querer. Y desde San Agustín a Bernanos, desde Aristóteles a Sartre, desde Praxíteles a Klimt, los vientos de la libertad han soplado siempre sobre las arenas del desierto."
Luis María Anson
de la Real Academia Española
Suplemento El Cultural
El Mundo
Jueves, 20/Marzo/08
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