ETA no se resigna a desparecer de la vida de los vascos en concreto y de los españoles en general. Ayer volvió a alzar su "voz", de la única manera que sabe hacerlo, con la voz de las bombas, las pistolas y los atentados. Con un coche bomba colocado en el cuartel de la Guardia Civil de Calahorra, la banda he querido dejar claro que sigue aquí, "defendiendo" los intereses de un pueblo al que ni escucha ni respeta. Precisamente esos vascos por los que la banda dice luchar, tuvieron la oportunidad de expresarse democráticamente -un lenguaje incomprensible para el grupo de mafiosos terroristas- el pasado 9 de marzo. Y los resultados fueron claros. El PNV, que mañana celebra su Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca), no consiguió mayoría en ninguna de las tres capitales vascas y el varapalo electoral ha hecho que algo se mueva en el seno jeltzale. A lo largo de esta semana hemos visto cómo Iñigo Urkullu se distanciaba del referéndum del lehendakari Ibarretxe, aduciendo que los posibles pactos de su partido con el Gobierno de Zapatero poco tenían que ver con los planes del Ejecutivo vasco. Por su parte, Joseba Egibar, delfín de Xabier Arzalluz y representante del ala más radical del partido, ya se ha expresado contrario a "reorientar" el plan de ruta del plan Ibarretxe, tal y como defiende Urkullu. Los enfrentamientos entre las dos posturas del PNV vuelven a ponerse sobre tapete, pero no son algo nuevo.
Los virajes de este partido siempre se han caracterizado por un movimiento pendular. Desde la 2ª República, los diferentes dirigentes jelkides han ido alternando etapas de trabajo conjunto y la buena relación con el Gobierno español, -que se han saldado con suculentos aumentos de competencias o réditos políticos- con periodos de enfrentamiento abierto. Tras la época de Ajuria Enea, en la que el lehendakari Ardanza era el mayor artífice de un pacto exclusivamente entre "partidos democráticos" en el que, por encima de cualquier otro objetivo político, primaba el fin de ETA, el sector más proclive al independentismo, volvió a tomar las riendas. Con él vino el pacto de Lizarra "firmado por todas las fuerzas independentistas, incluida Batasuna, y Ezker Batua (IU en el País Vasco)- y una época de enfrentamiento directo con el Gobierno de Aznar -su antiguo socio de Gobierno- y, por ende, con el Estado español. La llegada de Zapatero a la Moncloa supuso una cierta tregua en las formas, pero, en ningún modo, un acercamiento. Es decir, el péndulo aún se mantuvo en zonas más bien independentistas, representadas de cara al público por el lehendakari Ibarretxe y su famoso plan.
Sin embargo, es un hecho objetivo que desde que Ibarretxe anunció, allá por 2003, la intención de poner en marcha su plan homónimo, el PNV ha visto como iba perdiendo apoyos en las urnas. El lehendakari ha defendido su proyecto de "libre asociación" contra viento y marea, pero lo cierto es que los vascos no han respondido como a él le hubiera gustado. Por el camino se ha caído hasta Josu Jon Imaz, que representaba el ala más moderada del PNV. Ahora, sin embargo, no corren tiempos felices para los radicalismos. No parece que los vascos consideren extremadamente necesario un referéndum intempestivo para expresar su voluntad. Y el sentido práctico que siempre ha caracterizado al PNV sabe que con buenas formas y pactos se acaba logrando muchas más que cosas que con plantes y órdagos. Y es por ello que el péndulo recula. Vuelve a situarse del lado de quienes consideran que la paciencia es el mejor aliado de quien quiere conseguir algo importante, en este caso, la independencia del País Vasco. Parece que el péndulo cambia de lado, pero que nadie piense que para.
Editorial del diario on-line
El Imparcial
Sábado, 22/Marzo/08
No hay comentarios:
Publicar un comentario